Dicen que las mudanzas son uno de los hechos que más stress nos generan. Los preliminares de las mismas tal vez sean aún peores.
Es el momento dónde empezamos a seleccionar que cosas hay que tirar, que cosas hay que regalar y que cosas vamos a llevarnos.
Ese es el momento que estoy viviendo.
Cuando te subís al altillo, garage, desván o cuartito en desuso y empezás a toparte con recuerdos de cuando los chicos eran bebés, de cuando empezaron el jardín, cuadernos de la primaria de ellos y tuyos, fotos y más fotos, ropita, juguetes, valijas, frazadas, traje de novia, vestidos de comunión, etc, etc.
¿Cuántas cosas somos capaces de acumular las personas grandes durante unos 10 o 12 años?

Claro, después de 12 años de hacer eso de guardar para no pensar, ordenar para una mudanza es una tarea al menos complicada.
Hay un momento donde te encontrás sentada en el piso rodeado de bolsas, valijas y cajas sin lugar para pararte ni dar un paso en esa habitación y creés que nunca vas a poder despejar el área. Pensás ¿para qué me metí en esto?
¡En esto de ordenar y en esto de mudarme!
Y si encima te demorás leyendo cartitas, mirando fotos viejas y probándote ropa que no te acordabas que tenías podés estar un día entero con una caja de las 100 que tenés en el maldito altillo.

Sin embargo al de terminar de ordenar, aunque sea parcialmente, la sensación de placer y bienestar es incomparable, y además lo encuentro sumamente terapéutico porque mientras estás metida en esa tarea no pensás en todos los demás problemas que tenés y encima haces catarsis: te reís y llorás a medida que vas encontrando cosas.
Dominique Loreau autora del libro “El arte de simplificar la vida” dice que cuánto menos tenemos, más libertad y plenitud sentimos’ y que son demasiadas las cosas que nos invaden y nos alejan de lo esencial. Algo de eso hay.
Mariana Marotta