Aromas
Ya está todo listo. No falta nada
más.
Vino muy frío; servido en vasos
largos.
Sales y espuma de baño usadas; la
temperatura del agua fue exquisita.
Mimos y masajes con aceites, obvio.

Sólo queda comenzar el rito.
No puedo concentrarme en nada más.
No hay nada que esté por encima de nuestra fusión.
El fuego comienza a arder y con él percibo
con una claridad inconfundible sus esencias, aromas supremos.
Se mezclan pero a la vez los puedo
ir descubriendo de a uno. Me encanta jugar ese juego.
Primero descubro su perfume, nítido
paisaje de su elección, siempre justa, perfecta. Luego llegan las sales y
aceites, que además le dan la mejor textura que su piel pueda tener.
Con el correr de los minutos (que
nosotros logramos jugarle una broma al tiempo para hacerlos parecer horas)
descubro más.
Su sudor, único en mi gama de fragancias.
Y todo vuelve a empezar: perfume,
sales, aceites, piel, sudores, más y más brebajes corporales…
No puedo dejar de recorrerte (no
quiero…).
Me trasladás, pierdo la noción de
todo y amo que eso pase.
Me encantás.
Vos y tus aromas…
-
El viaje
Lo imagino como neuronas. Simples
impulsos eléctricos que en conjunto le dan vida y sentido al gran cerebro. Allí
se encuentran a toda hora; infinitas, incansables.
Algunas entran, otras salen. A veces
hay tanto espacio, tanta tranquilidad. En otras ocasiones se apretujan,
estrujan, empujan, no dejan pasar; paradójicamente no piensan.
Lo veo como un núcleo de
consonancias y disonancias. Provocan empatías, simpatías y antipatías. Como
cuando los pensamientos se pelean entre sí.
Aparecen y desaparecen por esas
puertas simétricas, monótonas. Al fin y al cabo son sólo eso: accesos.
Algunas viajan de punta a punta.
Muchas sólo un tramo. Hay un clima distinto en cada estación. Tan diferentes y
a la vez iguales en su estado natural; unidas en intervalos únicos,
irrepetibles.
¿Por qué?, me pregunto a veces. ¿Por
qué no recordar esos instantes de unión para luego transcurrir tan desunidas?
Vibran las ventanas, falta el aire,
hace calor, por momentos se apaga la luz. Inclemencias que hay que pasar para
llegar a destino. Y aún así siguen irradiando energía, porque saben, sabias
neuronas, que el trayecto es lo importante; lo demás anecdótico.
Tan calladas cuando viajan solas,
pero tan eufóricas en compañía. Ayudando a otras o menospreciándolas,
creyéndose únicas. Ésas, las mezquinas, arrogantes, arteras, también son parte
del paisaje. Son necesarias para la completitud.
Con apuro, distraídas, las que leen,
las que no se dan cuenta que su música invade, con sonrisas, llantos, juguetonas,
amigas de lo ajeno y ajenas a todo.
Todas al fin. De eso se trata.
Es el momento. Acá me despido de la
matriz y me escabullo del mundo subterráneo. Mi recorrido hoy llegó a su fin.
Todavía hay muchos destinos por
visitar en este viaje eterno.
A disfrutarlo.
-
El distraído...
Fue a las cinco y media de la tarde. Tenía tiempo más que suficiente para un momento de ocio. ¡Qué bueno!
Todo comenzó lento pero continuamente. Entré en ese estado de paz que sólo logro cuando me relajo. Es como desenchufar un ratito la máquina. Un momento para mí.
Pero lo que al principio parecía un tiempo eterno, único en su especie, se transformó en minutos de locura mental cuando caí en la realidad de que ya tendría que haber salido del departamento.
Una ducha rápida siempre sirve para reorganizar todo. Anoté mentalmente lo que no tenía que olvidar… Agenda, pen drive, monedas, celular, birome, más monedas, cargador del celular, otra birome y lo in-ol-vi-da-ble: dos paquetitos de “Rocklets” para poder disfrutar de un momento dulce arriba del bondi. Tal vez guarde uno para más tarde…
Mmm… Tal vez no…
Siete menos cuarto. ¡La pu…, hace quince que tendría que haber salido!
Bajé los dos pisos, como siempre, por escalera (no tengo otro medio), abrí la puerta y caminé diez metros. Me asustó el clima. Era una noche fresca en primavera.
Hasta ahí todo muy lindo, pero en cuanto quise agarrar las monedas, me di cuenta que para abrigarme me había sacado la riñonera. Y ahí van: la billetera, el celular, la birome, el cargador, etc.
¡QUE BOLUDO!
Y sí… Subí otra vez totalmente en disconformidad. Abrí. Encontré. Cerré. No puedo ser tan colgado pensé mientras bajaba.
Caminé media cuadra y ahí fue cuando pensé seriamente hacerme ver. Es que en la vorágine de buscar la riñonera, dejé tirada la agenda (fundamental para mi trabajo) en la mesa del living. Estaba obligado a volver…
Retrocedí sobre mis pasos pensando que recién pensaba que no podía ser tan colgado. Subí nuevamente. Uff, piernas… Tomé la agenda. Y un vaso de agua. Bajé.
Tres minutos después ya estaba a la espera del bondi, con las revoluciones volviendo a cero y pensando que al menos me esperaba un dulce remedio para tantas distracciones…
Mis manos fueron directo a los bolsillos.
¡LA RE PU..., NO AGARRÉ LAS GOLOSINAS!
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