Termina el día y todo vuelve a empezar.
Por la mañana suena Marley (Bob) en mi
celular. Arranca otro día –bostezo-.
Son casi las diez y en aproximadamente en
una hora tengo que resolver las siguientes actividades:
- Sacar a pasear y darle de comer al can. (15 min)
- Ordenar (que no es limpiar) un poco el desastre que quedó del día anterior en el ranchito. (10 min)
- Pegarme un “cacerolazo”: que es como un baño tradicional, pero como para la empresa distribuidora de gas no estaban las medidas de seguridad en regla, sin opción alguna, en mi edificio estamos sin el servicio desde hace un mes. (otros 15 min, incluyendo calentar el agua en un calentador para camping)
- Desayunar. O sea abrir un yogur bebible o tomar un mate cocido, el cuál puede ser posible gracias a separar un poco de agua que acabo de calentar. (lo que resta de tiempo)
Entonces salgo lo más campante en busca
del bondi que me lleve al laburo y es ahí (casi siempre) cuando siento el
“tironcito” de tripas que me lleva a pensar indefectiblemente en el almuerzo.
Para un tipo como yo que pisa la cocina
sólo para abrir la heladera (llena de líquidos embasados y algún chocolate) es
un gran inconveniente. ¡Qué manía tenemos los humanos de comer todos los días!
En fin, resolver el morfi no es tarea
sencilla desde que no está la magia del tapper materno.

Hago cuentas: de 10 a 11 am, ya les
conté. De 12 a 21 estoy laburando (con una hora de descanso, claro). A las 22
de nuevo en casa. ¿Da para ir al chino?
Ponele que voy. Ahora son las 23 y recién
piso mi casa. ¿Recuerdan que tengo perro? Ok, de nuevo a pasear y a darle de
comer. Con mucho viento a favor 23.30 estoy libre. ¿Da para cocinar? ¿SIN GAS?
Apenas me resta un poco de energía para
resolver la cena, hacer otras tareas que están por fuera de mi laburo, 2
pavadas más e ir a la cama con un pensamiento que se repite noche tras noche.
¡UY! ¿y mañana que como? Entonces termina
el día y todo vuelve a empezar…
Hernán Hualpa.