La Fanciulla en El Exprimidor con Ari Paluch

cuentos para esos momentos



Aromas



Ya está todo listo. No falta nada más.


Vino muy frío; servido en vasos largos.

Sales y espuma de baño usadas; la temperatura del agua fue exquisita.

Mimos y masajes con aceites, obvio.

Tacos para ella; indispensables. Les dan el marco perfecto a sus piernas (que gracias a su creación son) interminables, eternas. Suaves como una noche de primavera.

Sólo queda comenzar el rito.

No puedo concentrarme en nada más. No hay nada que esté por encima de nuestra fusión.

El fuego comienza a arder y con él percibo con una claridad inconfundible sus esencias, aromas supremos.

Se mezclan pero a la vez los puedo ir descubriendo de a uno. Me encanta jugar ese juego.

Primero descubro su perfume, nítido paisaje de su elección, siempre justa, perfecta. Luego llegan las sales y aceites, que además le dan la mejor textura que su piel pueda tener.

Con el correr de los minutos (que nosotros logramos jugarle una broma al tiempo para hacerlos parecer horas) descubro más.

Su sudor, único en mi gama de fragancias.

Y todo vuelve a empezar: perfume, sales, aceites, piel, sudores, más y más brebajes corporales…

No puedo dejar de recorrerte (no quiero…).

Me trasladás, pierdo la noción de todo y amo que eso pase.

Me encantás.

Vos y tus aromas…



-


El viaje



Lo imagino como neuronas. Simples impulsos eléctricos que en conjunto le dan vida y sentido al gran cerebro. Allí se encuentran a toda hora; infinitas, incansables.



Algunas entran, otras salen. A veces hay tanto espacio, tanta tranquilidad. En otras ocasiones se apretujan, estrujan, empujan, no dejan pasar; paradójicamente no piensan.


Lo veo como un núcleo de consonancias y disonancias. Provocan empatías, simpatías y antipatías. Como cuando los pensamientos se pelean entre sí.

Aparecen y desaparecen por esas puertas simétricas, monótonas. Al fin y al cabo son sólo eso: accesos.

Algunas viajan de punta a punta. Muchas sólo un tramo. Hay un clima distinto en cada estación. Tan diferentes y a la vez iguales en su estado natural; unidas en intervalos únicos, irrepetibles.

¿Por qué?, me pregunto a veces. ¿Por qué no recordar esos instantes de unión para luego transcurrir tan desunidas?

Vibran las ventanas, falta el aire, hace calor, por momentos se apaga la luz. Inclemencias que hay que pasar para llegar a destino. Y aún así siguen irradiando energía, porque saben, sabias neuronas, que el trayecto es lo importante; lo demás anecdótico.

Tan calladas cuando viajan solas, pero tan eufóricas en compañía. Ayudando a otras o menospreciándolas, creyéndose únicas. Ésas, las mezquinas, arrogantes, arteras, también son parte del paisaje. Son necesarias para la completitud.

Con apuro, distraídas, las que leen, las que no se dan cuenta que su música invade, con sonrisas, llantos, juguetonas, amigas de lo ajeno y ajenas a todo.

Todas al fin. De eso se trata.

Es el momento. Acá me despido de la matriz y me escabullo del mundo subterráneo. Mi recorrido hoy llegó a su fin.

Todavía hay muchos destinos por visitar en este viaje eterno.

A disfrutarlo.



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El distraído...


Fue a las cinco y media de la tarde. Tenía tiempo más que suficiente para un momento de ocio. ¡Qué bueno!

Todo comenzó lento pero continuamente. Entré en ese estado de paz que sólo logro cuando me relajo. Es como desenchufar un ratito la máquina. Un momento para mí.

Pero lo que al principio parecía un tiempo eterno, único en su especie, se transformó en minutos de locura mental cuando caí en la realidad de que ya tendría que haber salido del departamento.

Una ducha rápida siempre sirve para reorganizar todo. Anoté mentalmente lo que no tenía que olvidar… Agenda, pen drive, monedas, celular, birome, más monedas, cargador del celular, otra birome y lo in-ol-vi-da-ble: dos paquetitos de “Rocklets” para poder disfrutar de un momento dulce arriba del bondi. Tal vez guarde uno para más tarde…

Mmm… Tal vez no…

Siete menos cuarto. ¡La pu…, hace quince que tendría que haber salido!

Bajé los dos pisos, como siempre, por escalera (no tengo otro medio), abrí la puerta y caminé diez metros. Me asustó el clima. Era una noche fresca en primavera.


Volví. Subí los dos pisos, busqué abrigo y bajé.
                                                          
Hasta ahí todo muy lindo, pero en cuanto quise agarrar las monedas, me di cuenta que para abrigarme me había sacado la riñonera. Y ahí van: la billetera, el celular, la birome, el cargador, etc.

¡QUE BOLUDO!

Y sí… Subí otra vez totalmente en disconformidad. Abrí. Encontré. Cerré. No puedo ser tan colgado pensé mientras bajaba.

Caminé media cuadra y ahí fue cuando pensé seriamente hacerme ver. Es que en la vorágine de buscar la riñonera, dejé tirada la agenda (fundamental para mi trabajo) en la mesa del living. Estaba obligado a volver…

Retrocedí sobre mis pasos pensando que recién pensaba que no podía ser tan colgado. Subí nuevamente. Uff, piernas… Tomé la agenda. Y un vaso de agua. Bajé.

Tres minutos después ya estaba a la espera del bondi, con las revoluciones volviendo a cero y pensando que al menos me esperaba un dulce remedio para tantas distracciones…

Mis manos fueron directo a los bolsillos.

¡LA RE PU..., NO AGARRÉ LAS GOLOSINAS!

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