De chica siempre escuché los consejos de mis padres
(que en verdad no eran consejos sino que me estaban educando) que decían: “Las
mentiras tienen patas cortas, no hay que mentir porque a la larga se sabe y
después cuando uno dice la verdad no le van a creer”.
¡Totalmente de acuerdo! No estoy a favor de la
mentira, por más doloroso que sea el asunto siempre hay que afrontarlo, a la
larga duele menos. ¡Pero tampoco seamos hipócritas! Sin meternos en un terreno
pesado… ¿Quién no dijo alguna vez una “mentirita piadosa”?
Las mentiritas piadosas están permitidas ¿no? Por
supuesto que no hay que abusar, como todo. Pero seamos realistas, a veces te
sacan de apuro y otras tantas terminan creando una situación divertida y más
amena de lo que podría haber sido de otra manera.
Igualmente ya hay determinadas frases “estándar” que a
veces pueden ser verdad, pero muchas otras te sacan las papas del fuego.
En lo cotidiano, las mentiras más frecuentes son:
- ¡El colectivo no venía más!
- Estoy sin crédito, por eso no te llamé
- No tenía señal ó lo tenía en vibrador y no lo escuché
- Se me quedó el auto ó me agarró un piquete
En cuanto a las relaciones amorosas también podemos
encontrar una cantidad considerable de mentiras, a veces un tanto obvias:
- Me duele la cabeza (bastante pasada de moda ya)
- ¡Me vino!
- Necesito un tiempo para ver que me pasa
- No sos vos, soy yo la que no está bien (esta ya ni la uses porque no te la cree nadie)
Sé que hay un montón más, pero no se me vienen a la
cabeza. No suelo utilizarlas muy seguido, tampoco voy a decir que nunca recurrí
a ellas porque eso sí sería una mentira pero será que la enseñanza de mis
padres quedó dando vueltas en mi cabeza en forma de eco.
Lo cierto es que al ya conocerlas, al mismo tiempo de
ser una mentira es una manera de decir la verdad de forma más “delicada”. Igualmente,
como dije al principio no hay que abusar de ellas porque sino eso habla mal de
nosotros. Está bueno tener el coraje de decir la verdad en todo momento aunque
una mentirita piadosa… ¡No le hace mal a nadie!
Guadalupe Kochdilian