La Fanciulla en El Exprimidor con Ari Paluch

jueves, 25 de noviembre de 2010


PRIMERO MIENTO, LUEGO EXISTO…


“Este año me pongo a estudiar. Reviso los mails y me desconecto. No tomo nunca más. Pasé en amarillo. Se me perdió tu teléfono. Te estuve llamando, pero la línea estaba ocupada. En cinco minutos llego. Nunca lo pensé. Llamame en cinco que estoy en una reunión. Te queda muy bien. El lunes empiezo la dieta. ¿¿¿Yo??? ¿¿¿con ella??? no creo. Te juro que no te estoy mintiendo. No estoy pensando en nada. En serio, sólo la puntita. Mañana lo hago. No sabés el tránsito que había. Recién acabo de leer tu correo. Puedo explicarte todo.”

Repasando algunas de las mentiras piadosas y no tanto que uno puede disparar casi sin pensar, me doy cuenta que estamos frente a un arsenal diario.

Pero lo más grave no es lo que ocultamos atrás de ellas. Creo que lo más complicado es ir creando un submundo, paralelo, en el que uno dibuja una vida irreal, generándonos un gran daño: mentirnos a nosotros mismos…

Estoy convencido que falsear no es lo difícil. Lo más arduo es que esa mentira se estire en el tiempo. Ya lo dice el viejo dicho “tiene patas cortas” y tarde o temprano, por algún desliz propio o ajeno, la farsa muere.

Es justo en ese momento cuando queremos que la tierra nos trague, desaparecer o volver a nacer.

Las comparo con un videogame. Cuando conocemos a otro ser humano empezamos con “vidas” las cuáles vamos matando con cada invención realizada. Además de construir una fama difícil de refutar.

Pero, ¿por qué mentimos?
Algunas veces por comodidad, otras para ocultar (sensaciones, sentimientos, emociones, estados de ánimo, verdaderas intenciones, errores) y en algunos casos (muy pocos) para no herir susceptibilidades. También por subestimar (no entenderías la verdad), por conseguir (lo que fuera) y la más detestable razón: para lastimar, o sea una falsedad mal intencionada (con dolo).

Las mentiras son moneda corriente; parte de la esencia del ser humano. Tanto es así que una de las primeras cosas negativas para su futuro que aprende un chico es a engañar (a imagen y semejanza del adulto). Un patrimonio mental que de a poco, creo, habría que desterrar o al menos controlar. Son tan frecuentes como habituales. Mal hábito, porque ese disfraz puede vestir dependiendo grado y escala, lo que todos criticamos: la hipocresía y/o la demagogia.

¿Estamos entonces en condiciones de criticar? ¿O cuando las falsedades se usan “de nuestro lado” por causas “justificables” están bien aplicadas? Quien esté libre de mentiras…

Es cierto que el ego de uno se siente bien cuando llevó a cabo la misión de mentir y por ende salirse con la suya. Por eso propongo algo mucho mejor aún por descubrir. Decir la verdad. Es realmente regocijante. Una sensación de felicidad incomparable. De orgullo por uno mismo. De saber que la sinceridad en muchos casos puede ser dura, pero mucho menos que una mentira descubierta.

Sin pecar de ingenuo, es por todo esto que estoy a favor de la verdad personal, en todo lugar y circunstancia. Porque creo que con un mayor porcentaje de humanos diciendo la verdad, la realidad sería visible, hecho que nos brindaría un camino de luz a todos los que queremos recorrerlo.


Hernán Hualpa

2 comentarios:

y vos que pensás???