La Fanciulla en El Exprimidor con Ari Paluch

jueves, 9 de diciembre de 2010

Acá mando yo


De vez en cuando está bueno calzarse los zapatos del otro. Es un ejercicio que si uno lo entrena habitualmente puede ser una herramienta que resuelva algunas situaciones. 

Por favor no lo interpreten literalmente. Lo que quiero decir es que veamos (o tratatemos al menos) con los ojos de otro. Y como hoy nos convocan los jefes, hablemos de ellos entonces. 

Los hay de todo tipo. Los callados (o reservados), los charlatanes (y chantas), los que no dan explicaciones para lo que hacen, los que no les importa nada (ni su mamá, asique imaginate la parte que te toca como empleado), los que se las saben todas (y uno siempre hace todo mal), los malintencionados (ojalá no sea tu caso), los que te adoptan como un hijo, los cariñosos (por no decir toquetones), los despelotados, los malhumorados y muchos más. Pero hay una cualidad que los unifica a todos: nunca elogiarán tu esfuerzo (si conocen alguno que lo haga, ¡AVISEN!). 

Ok, ahora seamos “jefes” por un rato para poder entender la mecánica del puesto: 

Hagamos sentir el rigor: nunca deleguemos trabajos pesados a la mañana. Hagámoslo preferentemente entre 5 - 5 y media de la tarde. ¿Horas extras? No, eso ya fue, ahora no se usa más. 

  • Demostremos presencia: espiemos sobre los hombros de nuestros empleados para supervisar el trabajo y quedémos parados allí hasta que tengamos ganas de ir a comer algo o suene el teléfono. 
  • Ser jefe no significa ser compañero: si las manos de algún empleado están llenas de papeles, cajas, libros, etc., ¡no lo ayudemos!, en todo caso, si surgiera alguna lesión, para eso se paga la ART. 
  • Mantengamos la distancia: nunca presentemos a la gente con la que hacemos negocios. No les tendría por qué interesarles. En la cadena alimenticia de la empresa nosotros somos tiburones y ellos sólo son el "Plancton". 
  • Califiquemos mal: si no nos satisface el trabajo de un empleado, hagámoselo saber a todo el mundo, pero nunca al involucrado. Podría herir sus sentimientos. Califiquemos su actuación como mediocre así al momento del aumento podremos basarnos en esas evaluaciones. 
  • Califiquemos bien: si el trabajo de otro empleado es superlativo, mantengámoslo en secreto. Si se sabe, podría ser causa de un ascenso. Además, si no lo mencionamos, se seguirá esforzando para que llegue. 

En fin, ahora que nos sacamos los anteojos de jefe, vemos de nuevo el llano. Pero a no desanimarse que la vida nos llevará a dónde queramos estar si así lo deseamos. 

Eso sí… Si llega ese momento de sentarse en “nuestra oficina” recordemos siempre de dónde venimos, o al menos, utilicemos un poco de sentido común, materia que habría que incluir en cualquier manual ilustrado del buen líder. 


Hernán Hualpa

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